Morir en un hospital de Caracas

La inversión en salud cayó 62% durante el año 2016, la red de hospitales apenas cuenta con 3% de los insumos que necesita y la falta de medicamentos se estima en al menos 80%. Esa es la radiografía de Venezuela, la potencia petrolera. Y esta es la historia de Jesús Enrique Rodríguez, una de las tantas víctimas de un sistema fracasado

Jesús Enrique Rodríguez, de 54 años, ingresó al Hospital Vargas, ubicado en el centro de Caracas, el 4 de noviembre con una tos muy fuerte. Veinte días más tarde, los médicos informaron a sus parientes que había fallecido producto de un paro respiratorio. Esta es la historia de un hombre que antes de morir, tuvo que descender a los infiernos del sistema público de salud de la República Bolivariana de Venezuela.

“Mi hermano entró con una supuesta infección respiratoria y requería oxígeno, pero ni siquiera tenían un flujómetro ni los elementos indispensables para nebulizar”, relata Yudhexy Rodríguez, una publicista de 39 años. Así, en una sala de hospital sin aire acondicionado y llena de moscas y zancudos, la familia Rodríguez comenzaba a padecer su calvario.

El paciente fue recluido en un área contigua al anexo del Vargas que está en construcción. “Esa parte está llena de basura”, cuenta Rodríguez. De allí venían la pestilencia que inundaba el cuarto y los insectos que se posaban sobre los enfermos. Lo normal es que todo esté sucio. “El agua llega dos veces a la semana, los baños están inmundos”, describe sin poder olvidar aquella sensación de asco que le cortaba el estómago.

La ventilación mecánica que Jesús Enrique demandaba con urgencia se convirtió en un imposible. Primero, el equipo no estaba disponible o no había camas. Luego, faltaban las mangueras que permiten el funcionamiento del aparato. Los familiares cargaron con este costo: 35 mil bolívares (casi 12 dólares en el mercado negro). Y también les pidieron comprar algodón y alcohol. El 7 de noviembre, tres días después de haber sido internado, Jesús Enrique recibía la atención básica que necesitaba para luchar por su vida.

Esta es la historia de un hombre que antes de morir, tuvo que descender a los infiernos del sistema público de salud de la República Bolivariana de Venezuela.

Hasta ese momento, nadie sabía qué estaba pasando. “Cada médico daba un diagnóstico distinto”. Uno decía que encefalitis, otro que meningitis, otro que tuberculosis. “Pedían medicamentos, los conseguíamos y, luego, cambiaban el tratamiento”. En el Vargas, uno de los centros asistenciales más importantes del país, no hay reactivos ni tubos para extraer muestras de sangre. “Gastábamos 10 mil bolívares diarios (3 dólares) en laboratorios privados”. Los equipos para medir el ritmo cardíaco y respiratorio están averiados. Tampoco sirve el tomógrafo y los acompañantes deben sujetar la máquina de Rayos X para evitar que aplaste a los enfermos en plena evaluación.

El gobierno chavista repite constantemente que Venezuela guarda en su subsuelo las mayores reservas de petróleo del mundo. Sin embargo, el problema está en la superficie. La escasez de productos básicos y medicinas golpea al país, que este año sufrió una inflación cercana al 500% y una devaluación récord de su signo monetario.

Las autoridades impusieron desde 2003 un férreo control de cambio, pero en el terreno todos los precios son marcados por el inestable mercado negro, donde un dólar se cotiza -por estos días- alrededor de 3.000 bolívares. Si se toma como referencia esa tasa, el sueldo mínimo mensual se ubica en casi 9 dólares y la canasta básica familiar –que incluye alimentos y servicios- pasa de largo los 200 dólares al mes.

La crisis mata. En términos reales, la inversión en salud cayó en 62% con respecto a 2015, de acuerdo con los cálculos de la ONG Transparencia Venezuela. La Federación Médica Venezolana afirma que la red pública de salud apenas tiene 3% de los insumos que necesita, al tiempo que la Federación Farmacéutica Venezolana calcula en 80% la falta de medicamentos.

Aunque en su propaganda el régimen socialista se jacta de proteger a todos los ciudadanos, la Academia Nacional de Medicina denuncia que en la práctica se ejecuta una “privatización” del sistema que obliga a los venezolanos a cubrir con su propio bolsillo 65,8% de los gastos de salud.

¿Dónde están los ladrones?

Un sábado a las 10 de la noche un médico le indicó a Rodríguez que tenía que hacerle de inmediato a su hermano un examen de VIH y sífilis. Como el hospital no cuenta con los insumos, la prueba debía hacerse en una clínica privada del este de la capital. El costo: 117 mil bolívares (alrededor de 40 dólares). La mujer trató de explicarle que a esa hora lo que le exigía era irrealizable, y en respuesta el médico levantó un acta para dejar constancia de que ella se había negado a cumplir con sus indicaciones.

No solo era la hora o el hecho de que la familia no tiene vehículo propio ni la forma de alquilar una ambulancia. El Observatorio Venezolano de Violencia señaló que 2015 cerró con una tasa de homicidios de 82 por cada 100 mil habitantes –uno de los peores registros a escala global- y Caracas es reconocida como la ciudad más violenta del planeta en el ranking del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, ONG radicada en México. Rodríguez no quería exponerse a esa guillotina.

En esta pelea abundan los obstáculos y los parientes se sienten solos. Deben estar atentos para evitar que su paciente caiga en el olvido y nadie le aplique el tratamiento. Asumen la limpieza del enfermo “por la falta de agua y de personal”. Brincan de un lado a otro buscando equipos médicos y medicinas. Y el fuego de esa crisis devora el sueldo de la hija, la pensión de la madre, la bonificación de fin de año de la hermana, los ahorros de los tíos y las tarjetas de crédito de todos. Cerca de un millón de bolívares se evaporaron en 20 días.

Policías del Cicpc (Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas) llevaban gente baleada y los tiraban contra el suelo, a las puertas de la sala

“Hay medicamentos que no se consiguen en el Vargas, pero los vende la farmacia que queda enfrente del hospital”, comenta Rodríguez. Entonces, cruzas la calle y pagas 6 mil bolívares por un frasco de cloruro de potasio que en la otra acera debería ser gratuito. Igualmente, puede ocurrir que pidan un antibiótico costoso y muy difícil de hallar pese a que el hospital sí lo tiene en depósito.

Rodríguez encontró esa medicina gracias a un enfermero amigo que trabaja en el mismo hospital. Chatearon, acordaron un punto de reunión dentro de las instalaciones del Vargas y él le entregó el antibiótico. Listo. Pero no sería tan fácil. “Una miliciana me interceptó, acusándome de robar el medicamento y hasta tomó mis datos. Tuve que llamar a mi amigo para que le explicara la situación y, al final, me pidió excusas tras haberme hecho pasar esa pena delante de todo el mundo”.

El gobierno ha confiado la seguridad de distintas instalaciones públicas a los efectivos de la Milicia Bolivariana, cuya creación por órdenes del difunto presidente Hugo Chávez fue criticada por la oposición al considerar que se trata de una especie de “guardia pretoriana” conformada por militantes del régimen socialista.

La violencia cotidiana

Jesús Enrique continuó empeorando. El 9 de noviembre fue trasladado al área de trauma shock, donde compartió con otras tres personas. El contacto con el enfermo se restringía a cinco minutos en la mañana y cinco minutos en la tarde. “Allí también estábamos sin aire acondicionado y expuestos a cualquier contaminación”, relata la hermana. Las enfermeras pedían a los familiares que trajeran antibacteriales y agua para asear a los pacientes.

Sentada en ese lugar, Rodríguez presenció el horror. “Policías del Cicpc (Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas) llevaban gente baleada y los tiraban contra el suelo, a las puertas de la sala. Yo vi como hicieron eso con tres hombres, que creo ya estaban muertos cuando los lanzaron al piso en el hospital”, asegura.
Estar en el Hospital Vargas es experimentar distintos tipos de violencia. Dormir en una silla de extensión a las afueras de la Emergencia con un ojo cerrado y otro abierto por el temor a ser víctima del hampa. “Perseguir a los médicos por un simple informe”. Protestar ante el director de la institución para que auxilien a tu familiar. Y, cuando por fin alguien te escucha, tener que pagar unos 30 mil bolívares por los materiales para una traqueotomía, incluidos diez guantes y tres batas quirúrgicas.

Los cuatro pacientes que convivieron en aquella sala de trauma shock corrieron la misma suerte. Ninguno salió con vida del Hospital Vargas

Antes de practicarle la traqueotomía, el 19 de noviembre, la anestesióloga sorprendió a la familia con una noticia que jamás vieron venir. Jesús Enrique se encuentra en estado vegetal, les dijo. “Eso resultó ser falso”, aclara Rodríguez. Ese mismo día, la traumatóloga indicó que debían enyesarle los pies, cosa que admitió pudo haberse evitado si alguien se hubiera ocupado de estimular las extremidades inferiores del paciente.

Rodríguez pudo conversar con su hermano los días 20 y 21 de noviembre. El 22 fue imposible. “La emergencia colapsó. Llegaron cuatro personas y todas fallecieron”. El 23 tampoco pudo verlo. Y al día siguiente ya fue demasiado tarde. “Salieron y nos informaron que había muerto por una encefalitis bacteriana”.

Los cuatro pacientes que convivieron en aquella sala de trauma shock corrieron la misma suerte. Ninguno salió con vida del Hospital Vargas. Después de tanto esfuerzo, a los familiares no les quedó más que recoger el dolor y sus pocas pertenencias para marcharse a casa con una herida que jamás cicatrizará y una lacerante certeza. “El que no tiene plata se muere en este país”.

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