Correr tras el agua no es una metáfora en Maracaibo

Transparencia Venezuela, 21 de marzo de 2019.- Martes 5 de marzo en la tarde, dos días antes del gran apagón eléctrico nacional. Un camión va a cruzar en la avenida Paúl Romero por la calle 43 de Maracaibo, en dirección al sur. Va cargado con 10 mil litros de agua. Cuando el semáforo da la luz verde, y antes de poder avanzar, medio centenar de personas corre desde dos puntos de la vía y rodea rápidamente el cisterna.

El conductor se ve sorprendido por un par de hombres y una mujer que se abalanzan sobre la puerta del vehículo y le ordenan cambiar la ruta. Otros diez o doce individuos se cuelgan de los lados y la parte trasera del vehículo. El resto corre tras el camión secuestrado. Unos segundos después, gritan de júbilo. Han capturado su ración de agua del día.

Desviado hacia el este, el camión probablemente terminaría despojado de su carga en alguna calle del populoso sector 18 de Octubre, tan afectado por las continuas fallas del servicio de agua como todo el norte de la capital del estado Zulia. Y todo el sur, aunque seguramente menos que el oeste empobrecido y marginado.

Emboscadas de esta clase ocurren todos los días en la segunda ciudad de Venezuela, sin que las autoridades intervengan. Aquí, un poco más de 61 % de la población, según la encuesta de 2018 de la asociación civil ESDA, apenas recibe agua del monopolio estatal una vez por semana o quizás nunca.

“Ya nosotros sabemos por dónde hay que circular para que no nos agarren”, dice Alfredo Fuenmayor, un conductor de cisterna que vende el agua obtenida en un acueducto privado del sector Las Tuberías, al noroeste de Maracaibo.

“Pero a veces uno se descuida y listo, se fregó esa carga”.

Fuenmayor hace un promedio de cinco viajes por día al “llenadero”. Usualmente vende el agua en las urbanizaciones del norte de la ciudad. La avenida El Milagro Norte, paralela a la costa del lago, es la zona más riesgosa que conoce para su negocio. A lo largo de unos tres kilómetros de la vía, los habitantes de los barrios Los Pescadores, Teotiste de Gallegos y Santa Rosa de Tierra hacen guardia con una fila de recipientes de todo tamaño, desde baldes y barriles hasta tanques de 2 mil litros apostados en línea y a la espera de que pasen los camiones agua. Incluso en la isla de la avenida se concentran al acecho. Cuando un cisterna se aproxima, salen a la caza y lo detienen.

“Lo que nosotros hacemos es pasar por allí cuando venimos de regreso, ya sin agua”, cuenta Alfredo Fuenmayor. “Y cuando no queda remedio vamos cargados y lo que hacemos es que ponemos la manguera y les damos un poco de agua, no toda. Así nos dejan ir sin quitarnos toda la que llevamos”.

Cuando nueve de cada diez encuestados por el Observatorio de Servicios Públicos de ESDA dicen que no reciben agua en Maracaibo con una frecuencia satisfactoria, el dato debe ser tomado en serio. El caluroso clima dominante en la mayor ciudad occidental del país lleva las estadísticas de la sed humana a sus valores más críticos.

El estado Zulia cuenta con cinco embalses naturales y uno artificial para atender las necesidades de consumo de agua de 4,5 millones de personas. El conjunto de la capacidad máxima de todos esos reservorios es de 890 millones de metros cúbicos de agua, que nunca están disponibles en más de 70 % debido a las sequías prolongadas de la región.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, la mínima cantidad de agua necesaria para el consumo de una persona al día es de 7,5 litros. A pesar de las condiciones climáticas, Zulia podría presumir, pues, de agua suficiente para satisfacer la demanda.

En la práctica, sin embargo, eso no es así. El gran inconveniente es la capacidad de bombeo y la distribución. Las redes de tuberías que llevan el servicio de la empresa gubernamental Hidrolago, filial de la nacional Hidroven, no han ido fortaleciéndose con el ritmo de crecimiento de la zona metropolitana de Maracaibo y de las ciudades más pobladas de la costa oriental del lago, desde hace por lo menos tres décadas. Las tomas ilegales, que según la compañía hidrológica se multiplican a diario, se montan sobre el déficit de ampliación natural del servicio.

La inversión en mantenimiento, reposición e incorporación de equipos para el bombeo de agua en los embalses de Tulé, Manuelote, Tres Ríos, Burro Negro y Machango es casi inexistente, por lo que el sistema estadal de acueductos es muy vulnerable a los desperfectos técnicos que paralizan la aducción en ocasiones por semanas enteras.

 

Sin luz no hay agua

Como una suerte de endogamia crónica, la crisis de otros servicios públicos fundamentales afecta sensiblemente la provisión de agua. Las fuertes y frecuentes variaciones del flujo eléctrico en la región averían frecuentemente las seis unidades de la estación de bombeo del embalse de Tulé, del que dependen en más de 70% la capital del estado y alrededor de un millón y medio de sus habitantes.

La propia Hidrolago emitió un mensaje de alerta en abril de 2018 –uno de los meses con mayor número de picos en las fallas del servicio eléctrico– en el que aseguraba que las “constantes fluctuaciones eléctricas están dañando motores, bombas, transformadores, tableros y generadores” en el sistema de bombeo del mayor de todos los acueductos de Zulia.

Durante los continuos “bajones” de ese año, la empresa hidrológica admitió la gravedad de este problema: “El bajo voltaje no permite que arranquen los equipos (bombas y motores) de las estaciones de bombeo y plantas potabilizadoras de la región zuliana”, dejó saber en declaración oficial a través de una nota de prensa.

Los embalses atienden a medias la demanda de agua de los 14 municipios del norte y la costa oriental del estado. En cambio, la subregión Perijá y las poblaciones del sur del lago de Maracaibo son servidas a través de un sistema de pozos. Quince de ellos tienen los componentes operacionales dañados debido a la crisis eléctrica, por lo que “se ha hecho casi imposible entregar agua de manera oportuna a los municipios Sucre, Jesús María Semprún, Francisco Javier Pulgar, Colón, Catatumbo, Machiques y Rosario de Perijá”, informaba Danny Pérez, presidente actual de la hidrológica, también en abril del año pasado.

El impacto más severo sobre las instalaciones eléctricas de Tulé y Manuelote, que sirven a los municipios Maracaibo, San Francisco, Lossada, Urdaneta y, en muy menor medida, los de la subregión Guajira, ocurre cuando fallan las líneas de transmisión de 400 kilovoltios del enlace entre las subestaciones principales El Tablazo (costa oriental) y Cuatricentenario (occidente del estado).

De las dos líneas dispuestas en forma aérea y sub lacustre, una sola queda en servicio y suele sobrecargarse, generando fuertes y constantes interrupciones de la conexión con el sistema dependiente de la generación eléctrica de Guri.

A principios de 2019, el empeoramiento del servicio eléctrico continúa causando una disminución sensible de la capacidad de entrega del agua desde Tulé. Este embalse podría bombear 12 mil litros de agua por segundo, pero la ruina de tres de sus unidades como consecuencia de los bajones y apagones, lo ha dejado con sus posibilidades reducidas a la mitad.

Toda Maracaibo, San Francisco y el resto de las poblaciones cercanas a la capital del estado se ven muy afectadas por esta paralización.

 

Desperdicios y desvíos

También pesan las pérdidas cuantiosas de agua por roturas en la tubería matriz. Transparencia Venezuela observó directamente un foco de derrames que permaneció sin atención de Hidrolago por tres meses de 2018 en el norte de Maracaibo. Millones de litros de agua se desperdiciaron a poca distancia de una comunidad sedienta, pobre y desamparada.

A solo 200 metros del lugar donde estuvo la gigantesca filtración se encuentra la mayor base de la Guardia Nacional Bolivariana en la ciudad: el Comando de Zona No 11. Una alcabala militar controla el tráfico vehicular en la avenida que pasa justo al frente y conduce hasta la Guajira.

Los camiones cisterna que recogen agua cerca de la comunidad Los Tres Locos, en un acueducto de la parroquia Venancio Pulgar que se beneficia directamente de la red troncal de Tulé, deben transitar por allí en su ingreso a Maracaibo para vender la carga. Se ha hecho algo usual que los guardias nacionales detengan algunos de esos vehículos y les exijan entregar el agua a las barriadas que ellos indiquen.

“Casi siempre el primer viaje nos lo quitan y no nos pagan”, dice el conductor y “agüero” Alfredo Fuenmayor.

De vez en cuando, según el camionero, el agua es decomisada y usada en las propias instalaciones de la GNB. “En estos días nos están parando y meten los camiones en la parte de atrás del comando. Nos hacen pegarles la manguera a los presos que tienen ahí desde los saqueos. A ellos les dan un minuto para que se bañen con nuestra agua”.

Fuenmayor se refiere a decenas de detenidos tras los hechos de asalto y vandalismo a locales comerciales de la ciudad durante los días 10, 11 y 12 de marzo, en pleno apagón. Están en los calabozos bajo custodia de la GNB y a las órdenes del Ministerio Público.

 

Medidas extremas

Diez mil litros de agua, transportados en un camión cisterna privado, se venden hasta en 90 mil bolívares o US$ 30. Eso pagan ahora mismo las urbanizaciones de clase media y los edificios residenciales o comerciales.

Los sectores populares de Maracaibo no disponen de esos montos ni parecen estar dispuestos a pagarlos. Por ello han proliferado los asaltos a los camiones cisterna. En la parroquia Coquivacoa, ubicada al noreste de la capital zuliana y caracterizada por su densa población, esa es una de las pocas opciones para conseguir el agua que no les llega porque no hay redes de distribución en la mayor parte de esta zona.

Otra posibilidad es cavar en el borde de la calle, ubicar la tubería matriz y perforarla para improvisar una fuente comunitaria. El equipo regional de Transparencia Venezuela detectó un caso de esta práctica en la avenida El Milagro Norte. Lo más preocupante del hecho es que la toma ilegal, que apenas permite llenar unos pocos litros por hora, está justo al borde de una cañada de aguas negras.

Quienes no tienen ni siquiera esa posibilidad se aventuran de modos más audaces, como sacar agua de las tuberías clausuradas en plazas públicas. Esto puede verse diariamente en la fuente abandonada de un monumento a la amistad entre Venezuela e Italia, frente a la plaza de toros de Maracaibo. Familias completas se bañan, lavan ropa y llenan recipientes de agua en ese lugar.

Alfredo Fuenmayor, el conductor de cisterna entrevistado para este trabajo, asegura que forma parte de un grupo de 50 camioneros que venden agua en el norte y el este de la ciudad. “No damos abasto. Ya somos pocos porque se dañan los vehículos y algunos se ven obligados a usar otras rutas porque nos quitan el agua. No sé qué va a pasar aquí si no nos dejan seguir trabajando”.

La escasez de agua corriente se acentúa por cada hora que pasa. La crisis eléctrica hace inoperantes las estaciones de bombeo de los embalses, Hidrolago está cada vez más restringida en su capacidad operacional y se avecina la temporada más calurosa del año.

El pronóstico del acceso al agua en Maracaibo y el resto de las áreas urbanas del estado Zulia es tan incierto como lo es la estabilidad del servicio eléctrico.

Redacción: Jesús Urbina

Investigación: Jesús Urbina y María José Túa

Fotografías: María José Túa

Gráficos: Jesús Urbina

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