Transparencia Venezuela, 1 de octubre de 2018.  En una estación de servicio del norte de Maracaibo, el “bombero” pide a un conductor que desplace el carro un poco adelante, de modo que el aparato que debe captar y registrar los datos de la etiqueta o “chip” pegado en el parabrisas del vehículo logre activar la máquina que surte gasolina.

Se mueve hacia atrás, pero el sistema electrónico no empieza a funcionar. El automóvil se rueda varias veces más y luego de 3 ó 4 minutos de infructuosos intentos, empiezan a llenarle el tanque.

Los conductores que esperan su turno en la parte inicial de una fila de vehículos de casi dos kilómetros, observan desesperados y molestos. Se preguntan cuánto más irá a demorar la carga de gasolina cuando comience a operar el sistema de “biopago”, como llama el Gobierno nacional al control del expendio de combustibles mediante el denominado Carnet de la Patria.

A la mayoría de las personas en la fila les toma hasta tres horas llegar a las “islas” de los surtidores. El temor que causa la implementación del mecanismo anunciado por el presidente Nicolás Maduro en agosto, se expresa en la medida del tiempo que va a quitarle a cada quien llenar el tanque de su carro. También en el costo y en la discriminación que el uso del carnet va a significar, porque solo tres de cada 10 personas que estaban en la fila ese domingo 16 de septiembre de 2018 decían tener el documento con el que el Gobierno pretende que los venezolanos tengan acceso a combustibles con precios subsidiados.

En la capital zuliana todavía no hay venta de gasolina mediante ese sistema. Y aunque muchos marabinos temían que a partir del lunes 17 de septiembre se impusieran la incertidumbre por los nuevos precios y el caos general por la eventual paralización del parque automotor, las máquinas lectoras del Carnet de la Patria no aparecieron. Cualquiera que preguntara al personal que expende la gasolina o a los guardias nacionales asignados a cada estación de servicio, obtenía la misma respuesta: “No sé nada. Esperamos las órdenes de Pdvsa”.

Lo que sí continuó invariable fue la longitud de las filas de vehículos y la pérdida de varias horas para abastecerse de combustible.

A toda hora del día y durante la semana entera, Maracaibo es un lugar en el que no parece que la mayoría de la gente trabaje. Las inmensas filas de los que esperan retirar dinero en efectivo de los bancos se cruzan con las “colas” de las panaderías y mercados, y todas se superponen a las de los carros que ocupan la mitad de cada calle y avanzan con una lentitud desesperante. Si todos pasan tantas horas en esos trámites, ¿cuánta dedicación a su labor productiva le queda diariamente a un habitante de esta ciudad?

En la cola de ese domingo 16 de septiembre, los ciudadanos invirtieron parte de su larga espera preguntando a los otros conductores cómo les iba en su cotidianidad. Si aparte de los quehaceres personales y familiares le restan a cada jornada unas tres horas sin electricidad, cuando menos una para cargar gasolina y alrededor de dos más en las compras de comida, cualquiera apenas dispone, en promedio, de unas cuatro horas para trabajar y otras cinco para descansar de la agitación diaria. Agregar una cola bancaria acaba con ese precario equilibrio: obtener billetes del nuevo cono monetario le toma a todos un día entero, si se tiene muy buena suerte.

Los 12 conductores con quienes habló Transparencia Venezuela durante cuatro horas y media, y poco menos de dos kilómetros antes de llegar a la estación de servicio Texaco, en la avenida Paúl Moreno de la ciudad de Maracaibo, sabían que a mitad de la semana siguiente deberían abandonar sus puestos de trabajo para volver a llenar el tanque. Y todos rogaban porque una noticia que llegaba desde Táchira se repitiera en Zulia: el biopago no se habría podido usar por falta de conexión de datos. Quién sabe.

Solo cuatro de los que hacían la cola tenían el Carnet de la Patria, pero ninguno estaba de acuerdo con usarlo para comprar gasolina. Todos parecían estar convencidos de que otro control social significaría más tiempo perdido, más confusión entre la gente y más discriminación por razones políticas.

“¿Qué quieren de nosotros? ¿Más trabas? ¡Si ya nos clavaron el chip! ¿Por qué no obligan a los militares a hacer su trabajo y raspar el contrabando de gasolina en la frontera? Ah, claro… Por las sinvergüenzuras de ellos, ¿no? ¡Siempre la paga el pueblo, chico!”. Perturbado porque eran casi las 6 de la tarde y estaba en la fila desde las 2 pm, un jubilado del Ministerio de Educación respondía así y golpeaba la puerta abierta de su vieja camioneta, mientras le pedíamos un comentario sobre el plástico tricolor impuesto por el Gobierno como medio de pago.

“¡Yo no tengo ese carné, ni lo voy a sacar! ¿Entonces no me van a vender más gasolina? Vamos a ver si van a poder”, protestaba el señor de 62 años. Otro que esperaba fuera de su carro le replicaba, con forzada resignación: “Sí van a poder. Siempre pueden”.

La cola de esa tarde se extendió por una hora y media más. ¿Cuánto durará cuando haya que comprar gasolina con el carnet? ¿Cuánta humillación habrá que sufrir por otro control del Gobierno sobre la vida maltrecha de los zulianos?

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